Scala News

jueves, 23 de febrero de 2012

Ser


Mi mujer está siguiendo un curso en el Colegio en el que trabaja sobre inteligencia emocional. Me parece elogiable que se les ofrezca una formación de éste tipo que contribuye a conocerse mejor a ellos mismos y a mejorar actitudes no solamente profesionales, sino en la vida diaria. Es, además, una práctica interactiva que exige tanto la acción propia como la colaboración de su círculo más íntimo, lo que requiere un esfuerzo, y en cierto sentido, riesgo, por parte de terceros. Salvo alguno que se está escaqueando la respuesta que está obteniendo de sus amigos no puede ser mejor, precisamente por eso, porque obtiene respuesta.

Ayer les pusieron como “deberes” un ejercicio en el que tienen que señalar aquellas cualidades que les definan como “ser”, sin tener en cuenta ningún contexto.  Sin entrar en disquisiciones sobre Kant ni Hume, en cuanto me lo comentó pensé que yo como primera cualidad señalaría sin ninguna duda la consciencia. Consciencia para auto identificarme como hijo de Dios y, por lo tanto, ubicarme en el mundo. Los elementos de la naturaleza, los seres vivos, son también creaturas de Dios pero no todo lo creado es obviamente de igual naturaleza. No me refiero a señorear los seres vivos y el resto de lo creado, me refiero a la consciencia real de reconocerme como hijo de Dios que por amor me creó. Esto, además de la felicidad de saberse amado por el Creador, tiene el contrapunto de la obligación vital como actitud en y frente al mundo. Es algo que me condiciona en mi vida, en mi relación con los demás. Reconocer la presencia del Misterio en los demás, en mí mismo.

Creo que esa es la cualidad que primero me define como ser. Cuando además, has experimentado y vives la presencia real de Cristo la cosa cambia un poco. Esa suerte de obligación existencial respecto al resto de lo creado y a uno mismo se cambia en un gozo. Gozo ante la realidad del Redentor, gozo por el efecto de poder ser un reflejo de Él para los demás. Cuando ese gozo se hace más intenso se convierte en una necesidad. La propia vida adquiere un color diferente, encuadras y asumes tu pasado, reconduces tu presente abierto al futuro, abierto a Cristo. Tus propios problemas diarios –algunos ya parecen crónicos- se minimizan al contextualizarlos desde la transcendencia y enfrentarlos a su Amor; tras ello el yo pierde paso frente al otro. Y todo con la absoluta libertad de poder elegir, lo que me lleva al Evangelio de hoy (Lc 9, 22-25), cargar sonriente con todas esas naderías y seguirle alegre.

No sé si será emocionalmente inteligente, pero es lo que siento.

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