Scala News

miércoles, 8 de febrero de 2012

Museo Dolores Sopeña


Ayer tuve el privilegio de visitar el Museo Dolores Sopeña en la calle Francisco de Rojas de Madrid. Ni es un lugar cualquiera, ni fue una visita cualquiera. Me invitó inmerecidamente una amiga, Mane Arenas, Catequista del Instituto. Una explicación detallada y apasionada; en cada parada, en cada explicación, sus ojos irradiaban no solamente la filial devoción a su Beata Fundadora, sino la satisfacción por su vida. Una vida dedicada a llevar a Cristo a todos, a "hacer de todos una sola familia en Cristo Jesús". La sonrisa de Mane es reflejo de la bendición que para la Iglesia supone este carisma concreto.

Me sorprendió conocer que Dolores Rodríguez Sopeña, empezara su fundación con una organización de laicos antes que con la del propio Instituto. Quizás por ello la relación actual, más que de descarga de su trabajo, es de colaboración real, mano a mano con ellos, unidos por una misma misión.

Fruto del cariño y la confianza en un común amor por Cristo – y líbreme Dios de compararme con una religiosa- la “instrucción” sobre la obra de esta beata se fue adornando con anécdotas personales y algo más que una confesión por mi parte. Yo estaba mucho más que cómodo y mucho más que interesado. Hubo un momento en el que me relató cómo al principio se llamaban Damas Catequistas. Casi no me lo podía creer: “¿Qué vosotras sois las Damas Catequistas?” Si ya es curioso comprobar cómo la Vida va entrelazando relaciones fructíferas, lo es más aún cuando te retrotraen a tu infancia y a los relatos de mi abuela sobre estas extraordinarias mujeres en Santander.

No me tomé la visita como un rato cultural, sino como una experiencia religiosa, y puede que por eso tuviera la sensación de estar recorriendo la vida de una santa de la mano de un ángel (la sonrisa de Mane y sus hermanas, la serena felicidad que irradian siempre me dejan esa sensación). Además de la expansión y evolución del Instituto en sí mismo, me impresionó de una manera especial la capilla, levantada en el preciso lugar en el que estaba la habitación desde la que Dolores subió al cielo. Estar allí, ante el Santísimo, en el mismo sitio en el que una Beata en proceso de canonización se fue para abrazarse al Redentor, donde la Fundadora de este Instituto Religioso “murió de amor”, fue algo intenso.

La labor que desarrollan en Hispanoamérica y Europa bien directamente, bien a través de sus laicos es simple y llanamente extraordinaria.

Al acabar subimos a su casa, donde me presentó a varias hermanas y tuve la inmensa suerte de poder compartir, junto a Mane, un café con Beni. Ella estuvo destinada en Santander, y departimos con ilusión sobre su época en mi ciudad natal, amigos comunes de allí, mi amor por los Redentoristas, mis hijas, mi mujer, mi Familia. Benita desprende la misma dulzura, y nada más saludarla te rindes ante lo que se vislumbra como una inteligencia fuera de lo común, constatada a lo largo de la conversación, y adornada con una simpatía innata.

Lo que inicialmente se preveía como una visita de veinte minutos, acabó en hora y media de una gozosa charla en la casa de unas mujeres extraordinarias.

Recomiendo a todo el mundo la visita a este museo; con ella se podrán acercar a un carisma impresionante y comprobar que las oportunidades de entregarse están a la vuelta de la esquina.

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