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viernes, 19 de abril de 2013

Por las vocaciones

Con motivo de la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, este fin de semana, empezando desde hoy viernes 19 a las 20:30h y hasta el domingo 21 a las 13h, se desarrollará una larga Adoración Eucarística en el Seminario de Madrid (calle San Buenaventura 9). Cada uno se puede unir cuando quiera y mi mujer y yo iremos al acabar la reunión de hoy en PS del Grupo de Matrimonios.

Distintos grupos parroquiales, de laicos y de muy diferentes familias religiosas se irán encargando de la oración. Yo recibí la invitación y no me lo pensé dos veces: iré.

Rezar por el aumento de vocaciones santas no es ya sólo una cuestión de coherencia, es casi de egoísmo. Que haya laicos, casados o no, que, como yo, sintamos la imparable necesidad vital de “algo más” –no me voy a meter ahora en más honduras porque daría para mucho-, que nos devanemos en su búsqueda y seamos plenamente felices auto desvaneciéndonos ante ese “algo más”; que esa necesidad, que ese “algo más” sea una cuestión sobre todo ajena y no propia, que ese “algo más” sea un todo en el que y por el que ir scalando en Familia, creo que es hoy en día urgente y necesario: no por la culminación de objetivos personales ni promocionales –vanitas vanitatis-, no por el afán de figurar ni adquirir un cierto marchamo ni, mucho menos, por una obsesión enfermiza de clericalizar la vida seglar. Más bien por una manera expresa de conformar la Iglesia. Sin embargo, lo que es primordial, lo que es realmente fundamental es la llamada y la respuesta a esa llamada a la vida religiosa, misionera o sacerdotal.

Mi oración no va a ir dirigida hacia la llamada, pediré por la respuesta. El Señor llama, y el individuo, no siempre haciendo uso de un libre albedrío verdaderamente libre, responde de una u otra forma. Soy consciente de lo que quiero decir. La desorientación, el miedo, la desubicación vividas en real soledad, sin nadie a quién contárselo, sin nadie adecuado con quién hablar y a quien abrir el corazón de dentro hacia fuera, pueden no llevar más que a la frustración, el desconcierto o la desesperación. En esa tarea de facilitar el camino a los llamados estamos todos, debemos estar todos. No me refiero en absoluto a inmiscuirnos en la vida o el corazón de nadie, sino a generar en nuestro entorno, en la sociedad, un clima de normalidad absoluta hacia lo extraordinario. En el ambiente propicio el joven – o el no tan joven- podrá experimentar con igual intensidad los miedos y el desconcierto, pero nunca el desamparo. Sabemos que la sociedad ultramaterialista, individualista y pansexualizada no ayuda. Pues ayudemos nosotros, uno a uno. Siempre con la oración y, desde ella, con la vida, los gestos concretos y las palabras concretas: la vida con la normalidad; el gesto de la sonrisa o un simple abrazo en el momento adecuado; las palabras, a ser posible sin usarlas y, de hacerlo, simplemente sugiriendo la luz en el espejo, las palabras dejémoslas a la persona adecuada, como mucho mostremos, sin hacerlo, quién puede ser. Contemplación y acción. Que la profundidad se viva también en lo sencillo y humilde. Pero que cada llamado encuentre al acompañante espiritual adecuado y, en él, el Amor de Cristo.

El cambio de clima puede empezar en nosotros, sin fariseísmos. En nosotros, los padres, cuando un hijo en lugar de hablarnos de su vocación nos manifieste su decisión madurada y correctamente acompañada. En el apoyo de los amigos, aunque simplemente sea un apoyo a la felicidad encontrada. El cambio colectivo empieza por un cambio en el propio individuo.

De algo de lo que me siento realmente satisfecho es de que mi mujer y yo vemos crecer a nuestras hijas en un entorno alegre, sano, normal y libre; con la extraordinaria libertad generada por la fe y el conocimiento, esto es, le fe vivida en plenitud y correctamente formada. Vivida bajo el carisma de San Alfonso, con sencillez y alegría, con la desbordante naturalidad y alegría Redentoristas. Pero no todos tienen la misma suerte.

Os animo a pedir por quienes se sienten llamados, por quienes ni saben que están siendo llamados, por quienes ni saben qué les ocurre. Para que encuentren a su lado a la persona que les ayude a discernir, madurar y responder libremente; para que cada alma buena llamada por el Señor encuentre siempre la mano amorosa de María y su Perpetuo Socorro.

domingo, 19 de febrero de 2012

¿No lo notáis?


Definición de homilía según la Real Academia Española: razonamiento o plática que se hace para explicar al pueblo las materias de religión. Según la acepción latina homilein vendría a ser una plática familiar, igual que la ομιλια griega. Joan Corominas, en su diccionario etimológico, introduce otro término “reunión o conversación familiar ”.

Con una condensación de todo lo anterior me he encontrado hoy en la misa de 9 en el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid. Cuando uno escucha la Palabra, se predispone a impregnarse de su sentido último si bien es en la homilía donde se nos explica el Evangelio y las Lecturas del día. La del domingo es especialmente importante porque me centra, me sirve de recapitulación y de puesta a punto para la semana.

Cuando conozco a quien predica los sentidos se me acentúan, y cuando además de conocerle le quiero, quizás peque de preparar el ánimo hacia una acogida sin reparos lo que dificulta la objetividad. Pues esto último me ha ocurrido esta tarde, redoblado el interés porque era la primera vez que escuchaba un sermón suyo. También es cierto que uno de mis mayores defectos es ser excesivamente crítico con la gente que quiero, no como generador de reproche, si no al contrario, como faro de puntos de mejora, con lo que, sinceramente, puedo balancear afecto y crítica para obtener un juicio neutral. Resumiendo, que he salido de misa con la carne de gallina, los pelos como escarpias, el corazón encendido y el pecho bombeando a toda potencia.

No voy a dar el nombre del individuo en cuestión, porque quizás pueda sentirse herido en su humildad, aunque ganas me entran de hacerlo. Lleva el de un “leproso voluntario” seguido del de Santa María. En breve hará su Profesión Perpetua en la Congregación del Santísimo Redentor y será ordenado diácono. Personalmente ya conocía lo que se revela como una sensibilidad fuera de lo común y una profundidad común a su Congregación. La visión que nos ha dado de las Lecturas y el Evangelio de hoy ha tenido para mí bastantes aspectos nuevos y enriquecedores que me hacen consciente de lo necesario de una constante nueva visión. El cariño inicial con que le escuchaba fue mutando sin darme cuenta a la docilidad de una oveja ante su pastor, y al empequeñecerse mi propia suficiencia iba dejando hueco a sus palabras. Ha sido algo grande.

Ahora, tranquilamente en mi casa, no puedo dejar de saborear una agradabilísima sensación de orgullo. Y le doy gracias a Dios por lo sabio de sus llamados, y porque este futuro sacerdote vaya a alargar el número de los hijos de San Alfonso.

Hace poco me han venido a decir que en mi blog alabo casi demasiado tanto a los Redentoristas como a la comunidad parroquial de PS. Pues la verdad, visto lo visto y viviendo lo que vivo, llego a la conclusión de que me quedo corto. Sí, muy corto.

¿No lo notáis?, en la Primera Lectura; ¿no lo notáis?, nos preguntaba el protagonista de estos comentarios. Y yo iba pensando: ¿no lo notáis?, estamos ante alguien tocado por el dedo de Dios.

domingo, 29 de enero de 2012

Damián Mª Montes y Víctor Chacón

Acabo de presenciar en la misa de nueve del Perpetuo Socorro cómo dos especiales misioneros Redentoristas recibían las antiguas Órdenes Menores, siendo instituidos como Acólitos y Lectores. Es un paso más hacia la Ordenación Sacerdotal, una alegría para la Iglesia Universal.
Son dos personas especiales, tocadas por la mano de Dios, llamados por Él, donados a Él. Se llaman Damián Mª y Víctor y les une el mismo amor a Cristo y la misma entrega incondicional a Él en el carisma Redentorista. ¡Casi nada!
Dos caracteres diferentes con un estilo propio y un buen hacer común. Una preparación extraordinaria y una formación vivida y desarrollada en el seno de una Familia que se desvive por los demás.
Me cuesta mucho, mucho ser objetivo con ellos y lo siento. Porque el cariño es grande y puede empañar una opinión aséptica, aunque no oscurecer la realidad.
A Víctor le conocí la pasada JMJ y, la verdad, si no fuera por su juventud habría creído que ya era sacerdote; un gran sacerdote curtido en una pastoral cercana, cálida y abierta. Y lo era, aunque no estuviera ordenado. Mirarle tranquilamente a los ojos es zambullirse en el mar de paz sobre cuyas aguas anduvo Jesús. Y son las aguas de su bondad, sensatez, sencillez y profundidad las que pone a Su servicio. Hablar con él eleva el alma y baja la presión arterial. Uno no puede conocerle y no quererle. Cruzar dos frases con él engancha; pasar varios días seguidos a su lado, entrega.
A Damián lo conocí por internet. Vi un vídeo en el que contaba su experiencia en Calcuta y le puse un mensaje porque me impresionó. Pasado el tiempo, un día que entraba en PS, un chico sonriente me dijo ¡Hola Enrique! Era él. Su nuevo destino era precisamente el Perpetuo Socorro de Madrid. He tenido la suerte de ir conociéndole poquito a poco, domingo a domingo. Y poquito a poco, domingo a domingo le he ido viendo crecer y he ido aprendiendo a quererle casi desde el silencio de una espiritualidad oriental. Y desde la profundidad de ese silencio llega el calor del abrazo y el sonido impactante de la comunicación del corazón. No es una metáfora; guardo el abrazo al entrar en PS para la Misa del Gallo. No fue un “abrazo eclesial”. Como diría el padre Guembe, fue mucho más que un abrazo eclesial.
Dos grandes hombres, dos grandes Misioneros Redentoristas, que serán dos imponentes sacerdotes. Dos jóvenes a los que admirar y a los que agradecer su entrega.
Y no puedo dejar pasar por alto las palabras del P Pedro López animando a los jóvenes a seguir ese mismo camino.
Damián, Víctor: ¡Gracias, gracias, gracias!

lunes, 14 de noviembre de 2011

Miguel Castro, Sacerdote Redentorista

Ayer domingo tome sólo el metro en Alonso Martínez camino de Aluche, iba a la Parroquia de San Gerardo a una celebración sensacional: una ordenación sacerdotal. Un nuevo sacerdote para la Iglesia es siempre un motivo de alegría. En este caso, además, se trataba de la ordenación como presbítero de un religioso y misionero Redentorista, Miguel Castro. Arropado por su familia, sus hermanos de Congregación, la comunidad de San Gerardo y personas llegadas también de diferentes parroquias Redentoristas.
La felicidad que desprendía Miguel parecía reflejarse en los rostros de todos aquellos que le acompañaban. El Cardenal Cañizares, de cuyas manos recibió la Ordenación, estuvo realmente inspirado.
En el presbiterio se manifestaba la expresión viva de la fortaleza de la Iglesia y de la Congregación del Santísimo Redentor: Monseñor Cañizares, multitud de sacerdotes Redentoristas además del Padre Provincial, y unos cuantos jóvenes religiosos que se preparan para, en su día, entrar en el Orden Sacerdotal en el seno de la Congregación fundada por San Alfonso María de Ligorio. Unos jóvenes generosos y entregados al anuncio de la Buena Nueva a los más abandonados: Pablo, Antonio, Carlos, Damián y Víctor. No se trata de una frase hecha ni de algo que se presume, conozco a alguno de ellos, con alguno de ellos he tenido la oportunidad de vivir durante la pasada JMJ alguna experiencia de fe realmente inolvidable llevándome a quererle, y a comprobar de manera individual lo que vivo de manera colectiva. No pude durante la ceremonia dejar de recordarlo, porque tres de esos jóvenes hicieron su profesión religiosa en esa misma parroquia durante la Alfonsiana aquella misma semana, porque esa parroquia nos dio cobijo y cena a los peregrinos que no pudimos entrar en Cuatro Vientos la noche de la vigilia. Resumiendo, aunque no es mi Parroquia, yo estaba en casa, en familia.
La cercanía, la simpatía, la felicidad de Miguel eran un ejemplo andante de lo que irradian los miembros de esta Congregación a diario. Que sus primeras palabras micrófono en mano fueran por algún desmayado durante la ceremonia creo que hablan por sí mismas. Daba la sensación de que no cabía dentro de sí; de hecho, contagiaba.
Imagino el orgullo y la satisfacción de sus padres, de su hermana, como eran expresivos en el propio Padre Provincial y en su familia Redentorista.
Estar allí, compartiendo el gozo de la Iglesia por un joven sacerdote decidido a desgastarse por los más necesitados de auxilios, mostrándose como un cura cercano al pueblo, a la gente, ha sido todo un privilegio.
¡Gracias Miguel!