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jueves, 25 de abril de 2013

¿Coincidencias?

“Bendita coincidencia…” me han dicho hoy. La verdad es que los dos sabemos que hay coincidencias que son tales sólo por que hay que ponerles un nombre, pero que en realidad son regalitos que el Señor nos va mandando. Su Amor es tan desmedido que a veces da la sensación de que se le cayera; en unas ocasiones desborda y te inunda, en otras son gotitas que refrescan y alegran el día.

No es necesario que sean grandes cosas sonoras, no; menudencias, pequeñeces que, además de ser un regalo, nos sirven para recordarnos cómo Dios está en lo humilde, en lo pequeñito e incluso en lo que nos podría parecer superfluo.

El amigo que me hablaba de la bendita coincidencia, un alma buena, apareció –por resumirlo- un domingo cualquiera como otra coincidencia, caído de Arriba. Qué curioso es que, aunque tengamos los regalos delante de los ojos, necesitemos unas gotas de colirio desde lo Alto para que se abran; y en ocasiones se abren también los del alma para ver más allá de lo que tienes delante, para comprender. Callas, rezas, agradeces y sonríes por dentro. El resto (ese resto que uno tantas veces no puede ni evitar), el cariño, viene por añadidura y de manera inseparable.

Naderías cotidianas que te alegran el día; incomprensibles regalos que te pueden cambiar la vida. Ni son casualidades ni son coincidencias, aunque así las llamemos. Se nos presentan de improviso y de nosotros depende también que nos alegren el día o nos cambien la vida.

En breve se cumplirán años de uno de esos acontecimientos espontáneos; uno concreto que supuso un punto de inflexión en mi vida y en la de mi familia. Ni coincidencia ni casualidad: acontecimiento. Una de esas ocasiones en las que el Amor de Dios se desbordó, y a mí me cogió debajo de la catarata.

Toca ser breve, muy, muy breve y no encuentro mejor forma de terminar que con el final del Evangelio de hoy: “…y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban”.

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