Scala News

domingo, 11 de diciembre de 2011

Parroquia de La Inmaculada, Alto de Miranda; sí, Redentoristas

Mini puente en Familia. Nada más entrar en casa de mis padres y ver cómo mis hijas iluminaban la cara de mi madre, le di a mi padre una cierta cruz bendecida por un sacerdote amigo; verle agarrado a ella llevándola a la vista, además de hacerme sonreír porque parece un obispo con la Cruz Pectoral, me llena de orgullo. Llegamos de Madrid a Santander el día de la Purísima, con lo que teníamos claro que siendo la Patrona de los Redentoristas nuestra misa no podía ser en otra iglesia que en La Inmaculada, en el Alto de Miranda.
El viernes disfruté de una mucho más que agradable y abierta tarde con un inmenso misionero de esa Congregación. Ha empezado a acompañar a mi padre casi de la mano del sacerdote que me acompaña a mí; eso me llena también de orgullo. Quizás no esté bien que así sea pero es lo que hay. Hay cosas que son como son. Ya le conocía porque habíamos coincidido en alguna ocasión en Madrid, pero la del viernes fue una conversación profunda, sincera y muy divertida. Un corazón, el mío, al aire entorno a unos cuantos cafés. Espontánea y sin dobleces. Y otro corazón, el suyo, curtido en el Amor y la entrega en la Misión. Bondad, inteligencia y humor a raudales.
Sentarte a hablar con un Redentorista, incluso aunque apenas le conozcas, es como continuar con una conversación ya iniciada, como si tu interlocutor formara parte de tu vida desde siempre. Sin medir las palabras, sin miedo a hablar de más ni a meter la pata (y últimamente me estoy especializando en esto por muy buena intención que tenga). Te parece sentir el fuego de una chimenea y escuchar el crepitar de la leña porque se genera una sensación de hogar casi de película. Y despedirte te deja un cierto sabor a algo inacabado, a haberte dejado algo, casi como reflejo del deseo de que no termine nunca, o como simple excusa para poder continuar en otra oportunidad.
Más allá del cariño a las personas, y bien sabe Dios que lo tengo por alguno en concreto, se produce una suerte de identificación profunda y sincera que te implica y autocompromete. Una conexión no simplemente voluntaria, una conexión que no se inicia en uno mismo si no que es acogida como venida de fuera con un gozo sorprendente. Y se expande a tu entorno con una felicidad que a veces no entienden. Alegría sin ruidos. Ni unos entienden la autoimplicación ni otros la felicidad.
El caso es que de la mano de éste Padre he tenido la fortuna de recorrer cada rincón de la casa, me han abierto cada hueco, mostrado cada esquina. Ni siquiera flotaba: estaba andando por allí como si ya lo hubiera hecho antes. Saber que comenzaré el 2012 comiendo con mi mujer junto a la Comunidad es una nueva causa de felicidad.
Una tarde inolvidable junto a un párroco del que no quisieras despedirte.
Y la misa de niños del domingo –obviamente en el mismo lugar- ha terminado de poner la guinda de un puente exclusivamente familiar. Qué idea más buena la de dar a los niños, plastificado, el CREDO, para que puedan ir memorizándolo e interiorizándolo de forma natural, que para algo es nuestra profesión de FE.
Y todo gracias a Dios, y a alguien a quien ni nombro pero que es, por encima de todo, un pedazo de Pan.

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