Scala News

jueves, 22 de diciembre de 2011

Ángel Sanz Briz

No soy ningún experto en cine (realmente no soy experto en nada) por lo que no voy a hablar de la calidad de la película ni de la interpretación, pero el Ángel de Budapest (que emite la primera cadena de RTVE) refleja lo mejor y lo peor del género humano. La bajeza del sinsentido del desprecio a una etnia, raza o religión, la rastrera displicencia que un ser humano puede llegar a tener por la vida, el odio, la humillación, la arrogancia de sentirse superior, la debilidad de quien se camufla y hace renuncia de su esencia por pura subsistencia. Frente a ello la figura de un auténtico Señor, de un caballero de los de antes, reflejo de un alma que abriga el mejor sentido de la hidalguía, la generosidad, la entrega, el amor al prójimo, el auténtico sentido de la justicia y de la Justicia; donación hecha esfuerzo y empeño por los demás a costa de sí mismo. Emblema de un tipo de personas, de una estirpe de hombres que debería de ser estudiada y protegida, porque de ellos quedan menos ejemplares que del lince ibérico. Gente que huye de los prejuicios, que hace de su educación, formación y corazón valor para el prójimo. Un diplomático, casado con una Señora de la más alta sociedad santanderina, que puso en riesgo su vida por el otro. El prejuicio de unos le habría metido en el saco de algún estereotipo sin duda falso. Podría haber tenido una salida fácil y airosa, sin riesgos y sin críticas. Podría haber mirado para otro lado. Pero su educación, su corazón y su propio ser sin duda le impelían a lo contrario. La diferencia entre el ser y el deber ser. Algo que parece desconocido hoy en día.
Ángel Sanz Briz, producto de una época, de una educación y de un entorno que formaron a un hombre no solamente inteligente, sino tocado por la mano de Dios. La generosidad personificada, sin arrogancias y sin altanería. Un español de una región recia y noble, un aragonés que hace honor a su tierra, un zaragozano que revive su particular “Sitio de Zaragoza” en tierra extraña, defendiendo a otros que son los suyos simplemente porque son seres humanos. Un Justo entre las Naciones que sin duda se ganó un lugar por sus propios méritos en la Mesa del Padre. Y mientras, la mayoría miraba para otro lado en el mejor de los casos; mientras él se la jugaba salvando la vida a más de cinco mil judíos. Un ejemplo de español protagonista de una gesta digna de ser enseñada.
Mucho de esto personificaba Adela Quijano Secades, su mujer. Independientemente del cariño que yo pudiera tenerla, Adela era una señora de una personalidad arrolladora, de una simpatía fuera de lo común, y de una elegancia propias de su época y de su origen.
Una de sus nietas, Oliva Andrada-Vanderwilde Sanz-Briz, hereda parte de los rasgos de sus abuelos, porque hay perfiles que cuando son inculcados desde pequeños pasan a formar parte de la personalidad como pegados a la piel. Porque la educación marca. Y como la educación marca, hemos de esforzarnos por que la reciban los más pequeños; propios y ajenos. A quienes podemos influir de manera directa, y quienes no tienen más recursos que nuestro propio ejemplo. Algo que dar a quien no tiene.
Ejemplos que derriban falsos mitos y eliminan prejuicios.
Pero el Ángel de Budapest no es sólo un ejemplo para su familia, lo debería ser para todos los españoles, para la gente de bien, para cualquiera que conozca su historia. Alguien no simplemente a quien respetar; alguien a quien honrar y de quien aprender.

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