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viernes, 16 de diciembre de 2011

Cena en Familia. Lugar: PS

¿Qué ocurre en la casa de cualquier familia ante una cena navideña? Pues que se corren muebles y se hace hueco, porque normalmente viene más gente de lo habitual; se coloca la mesa, el mantel; la cocina se convierte en un lugar de especial ajetreo, preparando la comida, afanándose en que esté a punto y lo mejor presentada posible. Cada miembro de la familia, aportando algo de sí, ayudando en lo que puede o en lo que se le manda. Y además, todo ello con especial ilusión, una ilusión individual y colectiva, porque hasta eso se comparte.
Una vez listo cada detalle, se recibe a los que van llegando, y antes de empezar a cenar, se bendice la mesa de una forma especial, ya que estamos en Navidad.
También es bastante normal que se acabe con una pequeña – o grande- borrachera, que las copas es lo que tienen.
Todo eso, absolutamente todo eso, ha pasado esta noche en PS. Eso y mucho, muchísimo más.
Para mi mujer, mis hijas y para mí ha sido nuestra primera Cena Parroquial navideña en esa Familia. Y así lo hemos vivido, en familia, en una enorme familia.
Preparar la Capilla, adonde acudo a diario a la Eucaristía que es precisamente la conmemoración de la Última Cena, para mí ha sido simplemente como preparar el comedor de mi casa. Quizás a alguien le parezca una barbaridad, pero así es. Era la primera vez, y ya sabemos que las primeras veces son especiales e inolvidables se trate de lo que se trate. Pero claro, tenía al mejor maestro de ceremonias, al que iba ayudando, porque hacerlo con Nacho facilita las cosas. Tengo la manía de querer empaparme de todo, de tratar de interiorizarlo todo, lo que hace que a veces parezca bastante más serio de lo que soy. Bueno, uno es como es, pero iba esculpiendo en mis retinas cada colocación, cada gesto. Y disfrutando como un niño, como lo hacen mis hijas cuando nos ayudan a poner la mesa cuando viene un invitado especial. Y fueron llegando más miembros de la familia, y se seguía intentando ayudar, aunque fuera en casi nada.
Vestidas las mesas, fueron trayendo carritos con bandejas que fueron convenientemente distribuidas. Mientras, los niños iban ensayando con Lalo – un tipo tan extraordinario que utilizar esa palabra unida a su nombre cambia el significado originario de “tipo” por algo así como Grande de España, pero de los de verdad, de los grandes por inmensos-.
Cuando vi entrar a María con Toya y Paula el corazón casi me rompe las costillas. Uno es así de raro. La familia en la familia.
Se abrieron las puertas y aquello eran ríos de personas. Ni me lo podía imaginar. Una Familia inacabable.
La actuación de los niños, del grupo de mayores, el baile y la zarzuela IMPAGABLES, Damián…… ¿qué decir de Damián a pleno pulmón? Pues nada, porque para quedarme corto es mejor no decir nada, sólo que ahí estuvo regalándonos, además, su voz.
El Padre Nicanor bendiciendo…….. y ¡al ataque!!! Los niños disfrutando como enanos, todos pasándolo bomba. El Padre “Guti” sirviendo el caldito, el Padre Olegario iluminándolo todo con esa paz especial de su sonrisa (lo siento, pero no me pienso quedar sin decirlo: yo secuestraría al Padre Olegario para traérmelo directamente a casa y poder disfrutar permanentemente de la bondad que desprende). Todos un poco borrachos; sí, borrachos. O locos. Porque aunque no había ni una gota de alcohol, la borrachera de alegría era más que evidente. Iba a haber escrito “buen rollito”, pero no era eso, era algo más. ¿Por qué era algo más? Porque celebrábamos que en breve nacerá un Pequeñín. Sólo por eso. De locos ¿verdad?
Y encima, en la rifa va y…… que me toca un ajedrez (de iridio, eso sí, porque qué barbaridad cómo pesa, menos mal que Julio y Pilar me lo trajeron en coche).
Una cena en familia, en la que, como en casi todas, algún pequeño caía por el sueño o el cansancio.
Y yo ahí. Que sí, que en casa, que en familia. Pero es que casi no me lo acabo de creer. Y además pude estar desde los preparativos. Y todo ¡GRACIAS! a un innombrable.

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