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martes, 3 de marzo de 2015

Fardos y honores

Scalando, caminando, en gerundio. Haciendo camino, siguiendo huellas, marcando huellas. Tendiendo manos. Sin más fardo que uno mismo, que ya es bastante. Decidido, entre las nubes de las dudas, sabiendo que sobre ellas el sol brilla; siempre.

Sin buscar nada más que el Camino mismo. Sólo Él. Sin apelativos; simplemente, hermano. Sin puesto fijo en ningún banco. Sin más manto que el cobijo de Dios ni más filacteria que el cordón de la fe.

Purificando en agua mansa los nubarrones que blanquearán en la espuma de las olas. Librando la batalla del servicio. Obrando bien. Entre hermanos. Tras el Camino que te haga ver la salvación de Dios. 



Reconoce tu cruz y camina. Coge tu cruz y continúa. Carga con tu cruz y sonríe. Esa cruz no es nada. No cargues más que con la Cruz. No pide nada. Te pide a ti: libre, humilde, abierto, limpio, sincero, transparente. Levantándote. ¿De quién más llevas la cruz? Ayuda.

Sin escuchar cantos de sirena; sin seguir a quienes buscan honores. Sólo su Voz y su Palabra. Obra bien. Confía, persevera y ora. Que tu camino haga ver a otros la salvación de Dios.

Él te espera, te llama y tiende su mano; en su palma va tu nombre. A un pie sigue otro pie; a un paso sigue otro paso. ¿Quién te mueve? ¿Sólo? ¡Si siempre caminas bajo su mirada! Lo sabes. Levanta el rostro y sonríe. Levanta el ánimo y sonríe. 

¡Cuéntalo! 

domingo, 29 de abril de 2012

Vocaciones: pedir y agradecer


Escuchar a un sacerdote, revestido, durante su homilía pidiendo que oremos por los sacerdotes a mí, francamente, me impresiona. Que además hable de sus miedos y de la confianza en que el Señor es mayor que los miedos o la debilidad, pues qué queréis que os diga, es una homilía completa en sólo dos frases. Aunque gracias a Dios, éste en concreto nos espabila, emociona y toca con bastante más que un par de frases. Cuando, además, le quieres y él te conoce mejor que tu mismo, en fin, touché; sí, conoce a sus ovejas, y cada una de ellas reconoce su silbido incluso cuando no lo hay, que el silencio es también un signo (y puede serlo demoledor).

Acabó la celebración con dos preguntas bomba, una a los padres ¿qué haríamos si un hijo nos dijera que quiere ser sacerdote o una hija religiosa? Y otra a los jóvenes que sienten la llamada. Que cada uno responda como crea, yo lo tengo claro. Sin embargo, dos religiosas queridas y amigas con las que compartí banco durante la Eucaristía se me “abalanzaron” a hacerme directamente la misma pregunta como padre. Su pregunta me produjo una cierta desilusión, la verdad, pero no carece de sentido. Imagino que mucha gente pide con buena intención por las vocaciones, pero casi de un modo egoísta: yo pido, pero no llames a mis hijos, llama a los de los demás. Padres felices por los matrimonios de sus hijos aunque se vayan a vivir a las antípodas, y horrorizados de que sean sacerdotes o religiosas. Sensación de pérdida o incomprensión, no lo sé, en cualquier caso a mi, en frío, me da la sensación de falta de fe y necesidad de control; y un egoísmo brutal.

Sinceramente, creo que uno de los mayores éxitos de un padre es conseguir formar y educar a sus hijos para que adquieran la madurez suficiente como para acoger su propia e individual llamada con sensatez y generosidad. Y llamadas, vocaciones, hay muchas y de diversos tipos (de hecho, hoy he agradecido a una Oblata del Santísimo Redentor su vocación y su respuesta fue: gracias a tí por la tuya. Ya, tiene un sentido del humor fuera de lo común). En reconocer, aceptar y acoger con libertar la propia creo que radica la base imprescindible para un futuro feliz. ¿Qué padre no es feliz con la felicidad de sus hijos? Puede que sea cuestión de cómo plantear el tema, además de la fe.

Yo rezo por las vocaciones, en manera genérica, en forma concreta por varios, y personal por la fortaleza de la vocación de quien ya dio su SÍ. Quizás porque conozco a varios sacerdotes y religiosas, lo encuentro algo normal. Hacerlo por quien presidió esta tarde es tan natural y diario como por cualquier miembro de mi familia.

Pero este día no es solamente para pedir por ellos y por las nuevas llamadas; yo lo veo también como una ocasión para agradecer su SÍ. Y aunque ya lo he hecho por diversos medios tanto a quien comienza a dar sus primeros pasos, como a quienes dan pasos tan firmes que sus huellas marcan el camino de otros, aprovecho para hacerlo también por aquí: GRACIAS. No puedo menos que deciros GRACIAS. A cada uno de vosotros, no os nombro porque la Familia es demasiado grande como para señalaros de manera individual, pero aquí estáis, como algún Escolapio o alguna Catequista. Y GRACIAS también a los que ni conozco por gastar vuestras vidas por la Buena Noticia.

lunes, 20 de febrero de 2012

A ti que dudas


A ti que dudas, que no te asalten las sombras en la noche del mañana; a ti que dudas que no te ahogue el vacío de la nada, cuando mirando a popa no distingas ya la estela de tu propia vida y confundas la espuma de las olas con la salobre frialdad de tus lágrimas.

A ti que dudas ahora, que no perdure tu duda eternamente, porque con el paso del tiempo quedará sin respuesta y el eco sonará incesante, despierto, dormido, sólo o en el ruido del mundo. El eco te acompañará a cada paso, en cada conversación escucharás de fondo la misma palabra: tu nombre.

Las dudas no se resuelven ni huyendo hacia adelante ni escondiéndote en las brumas de lo que sabes que no te satisface.

Ten valor para afrontarlo; ten valor para responderte a ti mismo. Porque solamente encarando tu nombre despejarás los miedos, resolverás las dudas, disiparás las nubes y verás con claridad el horizonte. La duda no es la respuesta en sí misma; la respuesta está justo al otro lado y para conocerla hay que cruzar la línea. Sólo eso. No siempre se encuentra lo previsto, pero sea lo que sea lo que aparezca habrás abierto el camino de la madurez. Habrás acallado para siempre el grito ahogado de la incertidumbre.

Todo lo demás son parches, tiritas sobre lo que con toda seguridad se convertirá en una herida que acabará supurando con los años.

Despejar esa incógnita es abrazar la posibilidad de ser realmente feliz; algo que no cabe aplazar. Y para ello no estás sólo, estás rodeado de manos, de hombros, de corazones. Si algo tienes cierto es que no estás sólo. Lo sabes; si algo tienes realmente cierto en esta vida es que le tienes a Él.

lunes, 16 de enero de 2012

¡VENID Y LO VEREIS!

Menuda pedazo de HOMILÍA acabo de escuchar. Ir a una parroquia Redentorista es apostar sobre seguro, pero lo de esta tarde ha sido llegar a la excelencia con una seguridad, claridad, sencillez y naturalidad contundentes. Todas ellas son cualidades comunes a los miembros de esta congregación que el Padre en cuestión nos ha servido aunadas y engrandecidas. Silencio sepulcral durante la homilía, aunque mejor sería decir reverencial ateniéndonos a la RAE porque como poco incluía respeto de una manera evidente.
Sin soslayar ni la segunda Lectura, lo cual es también de agradecer, pero centrándonos a todos con claridad en el “Venid y lo veréis”. Sin sensiblerías, con un lenguaje cercano y entendible por todos. Tocando con el dedo de la Palabra el corazón y la cabeza de quienes allí estábamos. Un sembrador en toda regla, regando el terreno abonado con el agua del ejemplo y la sensatez.
Vuelvo a la RAE para quedarme con la primera acepción que nos ofrece de la vocación: “Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión”. La llamada al estado religioso o sacerdotal es la faceta más significativa, evidente y sonora de la vocación; pero no es la única. Por esa misma inspiración Dios nos llama a seguirle, a cada persona de una manera única y concreta. Yo tengo claro cómo, cuándo y dónde me puso delante a María como regalo para seguirle a Él en ella, con ella, en el matrimonio; luego nos bendijo con dos niñas. Mi caso no es el de una vocación clara al matrimonio, sino el de una vocación clarísima al matrimonio en la persona de mi mujer, a seguirle a Él de la mano de mi mujer. Por eso puedo afirmar que mi misión primera es mi esposa, mi familia. Pero no se queda simplemente ahí porque Cristo nos llama cada día a seguirle, tanto con nuestra vida diaria, en nuestro entorno, como de una forma más específica. La respuesta es sólo nuestra, y aquello a lo que nos llame, sea lo que sea y cómo sea, siempre es algo objetivamente realizable aunque dudemos de nuestras capacidades o nuestras fuerzas: “Da quod iubes et iube quod vis”, Agustín de Hipona. Ni siquiera la radicalidad depende de nosotros, sino de lo que Él nos pida; lo que de nosotros depende no es más que la respuesta. Pero la radicalidad misma puede estar una vez más en nuestro propio estilo de vida, no centrado ni asentado más que en Él. Si creemos que nos muestra otro tipo de caminos, pero vemos el horizonte nebuloso, nada como la oración y el acompañamiento para discernir; y decisión para responder. Despejadas las nubes no cuenta la tibieza y no te podrás zafar de responder porque a Él lo verás en cada rostro que te cruces por la calle, y de una manera más patente y clara en cada abandonado, en cada necesitado de auxilios.
Cuando lo tengas claro, cuando asumas como propias las palabras del Evangelio “Fuit homo missus a Deo cui nomen erat….”, poniendo tu propio nombre al final de la frase, como cooperador no sólo a tu propia salvación sino a la común, como cooperador a la propagación de la Palabra, como cooperador a la Justicia, de lo único que quizás te arrepientas es de no haber respondido antes y de la torpeza de tus excusas.
Sobre la vocación ha versado la homilía de un sacerdote extraordinario; sí, extraordinario, pero eso es algo común en los religiosos y sacerdotes de la Familia Redentorista.

miércoles, 11 de enero de 2012

Interior Intimo Meo

Haciendo un alto entre tema y tema salí a dar un paseo para despejarme un poco, aunque confieso que es la primera vez que me cuesta dejar de estudiar (quizás porque es la primera vez que disfruto estudiando, disfruto como un niño). Iba repasando mentalmente algunas de las ideas vistas, cuando un ciclista amenazó con abalanzarse sobre mí. Una bastante más que agradable sorpresa. Un viejo amigo de Santander con quien siempre es un placer encontrarse. Un tipo culto, inteligente, divertido y que desprende un optimismo vital continuo; bueno, además tiene la extraña cualidad de ser una muy buena persona. Estuvimos charlando un rato, y al final me dijo que había leído un par de entradas en mi blog. Le pareció curioso, y se mostró un tanto sorprendido: “pero si tu nunca has sido un come Santos”; hombre, tampoco lo soy ahora en sentido estricto por mucho que anoche terminara “El gran medio de la oración”, de San Alfonso Mª de Ligorio. “Si hemos hablado muchas veces de religión y siempre has tenido una mente muy abierta”. Creo que como ahora, exactamente igual que ahora. “Bueno, ya sabes que yo no soy religioso, pero tampoco anticlerical”. No había ningún reproche por su parte, más bien sorpresa y conformidad, ya digo que además de encantador es una persona inteligente.
Es esta una reacción simpática, aunque de vez en cuando recibo comentarios a las entradas que escribo que no lo son tanto; no los publico porque prefiero abstenerme de polémicas estériles y de mal gusto.
En verdad encontrarme con este amigo ha sido un ejercicio práctico para la reflexión de uno de los temas que acababa de repasar (sí, amigo ciclista, estoy estudiando Teología). Ya he manifestado en algunos artículos (creo que soy un libro abierto), que he vivido la presencia casi constante del, llamémoslo Misterio, en mi vida. Más o menos intensa, pero real. Silenciosa ad extra, pero llega un momento en el que cuando esa presencia no es un eco, sino más bien una realidad palpable, se genera en uno la necesidad voluntaria de dar respuesta a la Voz que produce el eco; tratar de secundar a quien reconozco de manera efectiva a la vez Superior Summo Meo e Interior Intimo Meo. Justo cuando vas preguntándote cómo dar respuesta a esa Su acción primera, llega alguien pedaleando para hacerte consciente de que quizás estas torpes reflexiones que hago públicas sean en sí mismas una nanorespuesta. Algo minúsculo y casi imperceptible, pero respuesta en cierto modo activa. Claro que no basta, no me basta en absoluto y creo que continuaré con una cierta desazón hasta que averigüe cómo y dónde dar respuesta activa y constante.
Al menos en algunos lectores, lo que no son más que unas reflexiones personales, causan algún tipo de reacción, y en ciertos casos doy gracias a Dios por esa reacción, por la que aún permanezco perplejo.
Y aquí estoy, a mis cuarenta y cinco años, como a los siete, como a los quince, como a los dieciocho, como siempre. Con la misma mente abierta de siempre –esto le sorprenderá a alguno que cree que la tengo más bien estrecha-, pero con la diferencia radical que da la respuesta. Bueno, y con una mujer maravillosa a mi lado consciente de la respuesta, y dos hijas a las que rendir ejemplo.