Scala News

martes, 21 de mayo de 2013

Mantén el corazón firme


Creo que la lectura del libro del Eclesiástico propuesta para hoy (2, 1-13) es de las que me muestran con mayor claridad mis debilidades. Curiosamente lo hace porque, en líneas generales, siempre me he mantenido con el corazón firme ante las pruebas que enumera. No sólo me he mantenido con el corazón firne, sino que esas pruebas me han fortalecido y acercado más a Dios, con confianza, abandono y valor. Tratando de mantener el buen humor y la estabilidad de ánimo con más que relativo buen resultado. No lo voy a ocultar, porque la falsa molestia siempre me ha parecido ridícula, y hasta bochornosa en muchas situaciones. No lo oculto porque no ha sido nunca cosa mía, porque, sin falsa modestia, siempre he sentido que en esos largos períodos la fuerza venía de mi propia debilidad; sentí el gozo de experimentar que la fuerza venía de lo Alto. Sí, de lo Alto, aunque tengo algunos amigos que fruncirán el ceño, por aquello de que no hay que mirar a lo Alto; en fin, por muchos cambios que se quieran introducir, por muy original, moderno, enrollado, transgresor o simplemente avanzado que uno quiera sentirse, si algo no conseguirá nadie eliminar jamás de la faz de la tierra es la mirada del hombre a lo Alto, para pedir o para agradecer, aunque no sea más que el sol que viene de lo alto. De lo Alto y también de personas con rostros, historias propias, nombres y apellidos (muy poquitas y ligadas a mí desde mi infancia a la madurez). Me he mantenido pegado a Él como una lapa, con confianza ciega. Pegado a Él mirando a lo Alto, y pegado a Él en un puñado de personas; sostenido por Él desde lo Alto, y sostenido por Él en un puñado de personas.

Siempre he visto esos períodos de prueba como períodos de gracia, asentado en el Señor, y acompañado. Sin embargo esta lectura me hace pensar que, por tratarse de cuestiones sobrevenidas, cuya solución no estaba directamente en mi mano, el abandono en el Señor me asentó en la templanza, tan inusual en mí. Ayer fue Pentecostés, tengo 46 años, y reconozco que no tengo ni la menor idea de cuál es el don que me ha sido regalado. Lo que tengo claro es que mis prontos denotan tal falta de frutos del Espíritu Santo que espero que Dios me conceda tiempo para ir scalando hacia la santidad, porque me queda tanto para alcanzarla que… en fin.

Pues bien, el Eclesiástico me muestra que para la prueba que más debo prepararme, aquella ante la que tengo que mantener el corazón más firme, redoblar el valor para no asustarme y pegarme más a Él, es algo así como el combate espiritual que me provocan la frustración ante lo desconocido, la provocación, decepción y los errores de terceros queridos, las incógnitas ante la idoneidad en el futuro de mis hijas; cuestiones de repercusión exponencial y largoplacista. Combate quizás conmigo mismo, entre la quietud y la acción, el laissez faire en silencio y la pataleta; es decir, situaciones todas en las que están implicadas personas a las que quiero y frente a las que sí que tengo, por muy pequeño que sea, margen de maniobra. Doble pirueta emocional de un cocktail cuyos ingredientes principales son el corazón y la confianza. Choque que me produce algo más que una simple desazón y cuyas consecuencias, lamentablemente, no solamente padezco yo mismo, aunque de esto sólo yo tenga la culpa. Y cuando me encuentro en plena espiral de desazón, además de mi propia batalla interior (que tiene lo suyo, la verdad) sé la decepción que puedo llegar a causar a quienes bien me quieren, y la satisfacción al innombrable que, aunque momentáneamente, a veces me devora. Batalla entre lo que entra por el ojo y lo que sale del corazón, del mío; pero batalla ganada, porque como en el bautismo fuimos instituidos sacerdotes, profetas y reyes, por la fuerza del Espíritu tenemos el poder real de vencer.

Satisfacción que no le dura demasiado, también es cierto, pero ahí está. Por eso es por lo que he de redoblar los esfuerzos y evitarle la oportunidad.

Pero sobre todo, para poder redoblar esos esfuerzos, sencillamente pido más fe.

Así que, para continuar scalando en Familia, me quedo con el Salmo también propuesto para hoy: “Encomienda tu camino al Señor, y él actuará”.

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