Scala News

viernes, 28 de octubre de 2011

Un humilde pastor


Hoy, mi día ha comenzado de una manera extraña. Ni siquiera acierto a definirla. He retomado contacto con un queridísimo amigo a quien no veo desde el día de mi boda, y el lunes hará ocho años que me casé.

Este amigo es una extraordinaria persona, un auténtico pedazo de pan y aunque la vida nos llevara por caminos distintos siempre ha permanecido en mi corazón, porque no dejas de querer a la gente aunque no la veas. Nuestra conversación se inició de una manera espontánea e intensa a la vez, y yo le estaba animando a acercarse a los Redentoristas, cuando de repente me dice que se encuentra en un pueblecito de Castilla y León acompañando a un pastor que se está muriendo en su casa. Me habla de las maravillas de aquel hombre, de buena gente en busca de fe, y me pide ayuda; me pide ayuda y consejo para ese pastor en ese mismo momento, porque no hay tiempo para más. Lo que hablamos queda entre nosotros. A mi me demostró la fe de mi amigo, me demostró una vez más que el Señor vuelve a tocarnos de manera inesperada, y de hecho mi amigo se pasará por mi parroquia en unas semanas donde seguro que encontrará a un Redentorista que le escuche.

Cuando llevábamos cruzadas unas pocas reflexiones y yo creía que podía servirle de algo, me sorprendió con el motivo real de esta toma de contacto. No me dio tiempo ni siquiera a pensar; lo único importante era qué podía decirle, cómo podía transmitirle algo para el consuelo de aquel pastor en el momento más crucial de su vida. Torpemente hice lo que pude, pero con el hilo conductor presente en ese momento de San Alfonso y los pastores de Scala. Todo ha sido muy rápido, y ahí estaba presente en mi cabeza. Y sin dudas, pero con un enorme miedo en el fondo, tratando de ser simple, claro, sencillo; intentando transmitirle fe, intentando transmitirle la esperanza y la seguridad de la Redención. Miedo a no saber, a no acertar con las palabras; pero ni había tiempo para avisar a nadie ni para llamar a nadie. Y por lo que entendí no sólo no tenían tiempo para solicitar la ayuda de un sacerdote; era una mezcla entre querer y no atreverse.

Les pido a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y a San Alfonso Mª de Ligorio que  reciban el alma de ese hombre para presentársela al Redentor. Pido por él, por toda la gente en busca de fe, por todos aquellos que no conocen al Señor, por quienes mueren solos. Y doy gracias a Dios. Gracias por la fe, aunque no paro de pedirle precisamente fe. Gracias a todos aquellos que nos acompañan y ayudan a mantenernos firmes; gracias a todos aquellos con los que puedo compartir mi fe. Gracias por poder vivir mi fe en comunidad.

Y no dejo de preguntarme por qué después de tanto tiempo fue conmigo con quien mi amigo quiso ponerse en contacto para esto. Pero sobre todo no dejo de preguntarme: Señor ¿por qué yo, tan torpe y objetivamente indigno?

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