Scala News

lunes, 17 de octubre de 2011

Eucaristía de Envío


16 de octubre de 2011, festividad de San Gerardo Mª Maiela. Una fiesta Redentorista en el día de la Misa de Envío en el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid. Doble motivo de alegría por lo tanto, para la Comunidad Parroquial y para todos los Redentoristas. Quizás esta última afirmación sea un tanto limitada, porque realmente debería ser una festividad para toda la Iglesia.

Y yo estaba ahí, con mi mujer y mis dos hijas, con más familias de nuestro Grupo de Matrimonios de la Parroquia, con algún co-voluntario de la pasada JMJ, con la Comunidad Parroquial. Nos “saltamos” la eucaristía de las familias para acudir a ésta con toda la intención por mi parte, porque se quiera o no, yo me siento parte integrada de esta Comunidad, y verme rodeado de gente a la que he ido conociendo me hace sentirme cómodo y en familia. No solamente por la feligresía, sino también, y de manera fundamental, por los Redentoristas. Mi empeño personal en permanecer entre ellos con mi familia no es algo ni gratuito ni caprichoso; es casi una necesidad. Hay un hecho diferenciador importantísimo: la Congregación del Santísimo Redentor. No encuentro otra manera de decirlo que siendo simplemente explícito. Estoy rodeado de iglesias estupendas, cada una con su propia comunidad más o menos estructurada; en todas o casi todas existen distintos tipos de grupos parroquiales, y en todas se desarrollan catequesis a todos los niveles. Y eso es una gracia enriquecedora para la Iglesia en general. Pero yo hablo de algo más, vivo algo más y siento algo más y ese algo más se debe simple y llanamente a los “hijos” de San Alfonso Mª de Ligorio, su carisma, el carácter que imprimen a su misión. Creo que no lo puedo decir más claro. Y ese algo más, me lleva a que me sienta en casa sea cual sea la iglesia o parroquia Redentorista en la que me encuentre, que me sienta tocado cada vez que se habla de los Redentoristas o de cualquiera de los miembros de esta Congregación, que me alegre de lo bueno, y me duelan las críticas. Y a mí eso sólo me pasa cuando hablan de mi familia. Raro, raro, raro; lo sé, pero soy así.

El caso es que esa manera de hacer las cosas, esa naturalidad fuera de lo común para llevar el Evangelio a la calle, la vivimos ayer de una manera muy especial. El párroco, mi párroco, el P. Nicanor Brasa Prieto, simplemente se creció. La procesión de entrada, la presentación de los Dones, la implicación de personas de la Comunidad Parroquial durante la celebración, fantástico, pero Nicanor se creció. Se salió. Y que se creciera quiere decir que casi daban ganas de aplaudir. Una celebración solemne, cercana, clara, expresiva; una hora de celebración en la que mis hijas de seis y cuatro años, estuvieron sin moverse y eso es un gran indicativo de que se puede también enganchar a los pequeños sin una sobreactuación. Cuando digo que se salió, quiero decir que sus palabras excedían de sí mismo, que más allá de un discurso acertado fue una Homilía Inspirada, y va toda la intención con las mayúsculas. Incluso la forma, que siempre es una expresión más del fondo, fue pausada, cercana, cómoda y natural. Pudimos escuchar a un párroco más pastor que nunca, claro, integrador, sosegado. Y a medida que le escuchaba, he de confesar que yo me iba hinchando por dentro, por el mensaje y porque me sentía orgulloso de él, de los sacerdotes y el religioso que estaban en el Presbiterio, del coro, de los catequistas, de mi Comunidad. Y también tengo que confesar que, ya que siguiendo la sugerencia del P. Juan Antonio el domingo anterior, había invitado a algunos amigos a acudir con sus familias a esta eucaristía, pensaba “ojalá hayan podido venir”. Era simplemente un sentimiento para compartir con mis amigos el gozo de una sensacional fiesta en mi Comunidad; no con otra intención, que todos ellos están integrados cada uno en su sitio, incluso dando un paso más siguiendo la Regla de Vida como Laico de alguna otra Orden, o como Supernumerario de la Prelatura del Opus Dei. Ya, ya, un poco de “¿veis? Esos son mis chicos”, lo reconozco.

Y yo respondí con plena consciencia a todas y cada una de las preguntas de la Celebración del Envío, y saboreé cada una de las palabras de la Oración.

Acogida e integración. Creo que lo resumiría con esas dos palabras. Y la forma reflejaba esa “bondad suave” que comentó este año S.S. Benedicto XVI refiriéndose al modo de actuar de San Alfonso.

Ayer mi párroco se salió, y me hizo sentirme feliz de poder poner mi corazón y mis manos al servicio de la Comunidad Redentorista.

Gracias Nicanor.

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