Hoy he tenido la suerte de iniciar el domingo con la Eucaristía de envío a las 8 de la mañana en el Santuario de Nuestra Señora de Schoenstatt de Pozuelo de Alarcón, con la que juntos hemos encomendado a las jóvenes que han partido en peregrinación al Jubileo de los Jóvenes en Roma. Una preciosa capilla recubierta de hiedra, presidida por el Santísimo y una imagen de “la Mater”, como este Movimiento Apostólico llama a la Virgen.
Entre ese numerosísimo grupo de jóvenes está mi hija pequeña, Paula. Presidió un joven sacerdote chileno; uno de esos sacerdotes con los que el Señor bendice a su Iglesia. Qué maravilla de homilía y de celebración. Sencilla, discreta, cercana, familiar.
Confieso que es un orgullo sano y una gran satisfacción comprobar – gracias a Dios lo hago a diario-que hay unos jóvenes alegres que nutren el futuro de nuestro país y la Iglesia. Sensatos, centrados, divertidos y conscientes de que su propia vida tiene que ser Luz para otros. No lo tienen fácil porque están rodeados -y bien de cerca- de ejemplos bastante poco edificantes.
Muchas de esas chicas, como Paula, cierran un cliclo para comenzar sus carreras universitarias. Lo ven como una oportunidad, no sólo de empezar los estudios que han elegido (en el caso de mi hija con una clarísima vocación), si no de comenzar una andadura nueva y sin mochilas. Ellas mismas partiendo de cero, con el bagaje de sus vivencias y formación y esas ilusión y fuerza de la juventud para comerse el mundo. Imparables y sanas.
Junto a Paula, Marta, una de sus íntimas amigas, mi sobrina Almudena y varios rostros conocidos más. Especialmente las encomiendo al Perpetuo Socorro de María; a todas ellas. Comenzarán su nueva etapa con confianza, seguridad en sí mismas y asentadas en su fe.
Si alguien lee esto, le animo a que se unan en oración por los jóvenes peregrinos que estos días acuden a Roma. Que los frutos que obtengan arraiguen fuerte en su corazón.
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